divendres, 1 de febrer del 2013

La muerte del autor

Al final ha llegado. Es difícil distinguir con exactitud el cuándo y el cómo, aunque se nos ocurren unos cuantos porqués. La figura del tontolektor se ha instalado cómodamente en nuestra sociedad, y no parece que vaya a marcharse. Seguramente no somos los únicos ni los primeros en darnos cuenta, pero necesitábamos ponerle un nombre a lo que está pasando.
Sin embargo, antes de definir este concepto, antes de centrarnos en la figura del tontolektor como una nueva instancia narrativa, creemos necesario reflexionar sobre la literatura y más en concreto, sobre el lector. ¿En qué momento pasó a importarnos? ¿Quiénes lo pusieron en el punto de mira y por qué?
Roland Barthes
Roland Barthes


Durante los años cuarenta, el auge del existencialismo puso en guardia al semiólogo estructuralista Roland Barthes (1915-1980). Así, en su primer ensayo El grado cero de la literatura (1953), Barthes reaccionó contra la alienación del lector defendida por Sartre, y afirmó que el autor sólo es creativo en la medida que busca crear un efecto sobre el lector, y éste no puede ser sino cambiante. De aquí que entendiese la creatividad  como un proceso vivo y continuo, estableciendo ciertas similitudes con la teoría de la desautomatización formulada por los formalistas rusos. 

Sin embargo, mucho antes de Barthes, podemos señalar a Nietzchse, a Marx o a Hegel, como antecedentes de esta crisis de la autoría, puesto que ellos ya auguraron la muerte de Dios y del arte respectivamente. Por otro lado, no es menos cierto que en el ámbito de la literatura, algunos poetas como Mallarmé y Baudelaire, por citar solamente algunos, cuestionaron el protagonismo del autor dando una mayor centralidad al lenguaje. Y el hecho de substituir al autor en beneficio de la escritura, viene a decirnos Barthes, implica devolverle su sitio al lector. 

Tampoco debe sorprendernos entonces la crítica de Barthes a la concepción romántica del autor, entendido como aquél que crea y da forma a la obra. Para Barthes esto convierte la lectura en una actividad pasiva, lo cual no es posible, entre otras cosas, porque cada obra literaria es susceptible de alterar su significado a través del tiempo. Se podría decir que mediante la jouissance, el texto logra establecer una serie de relaciones lingüísticas que no dependen de ninguna entidad externa. De este modo, el Lector no es el encargado de descifrar un significado previamente establecido por el Autor, sino que su propio proceso de lectura contribuye en la construcción de ese significado. De lo contrario, estaríamos imponiendo límites al Texto, obstaculizando su propia jouissance. Es por eso que Barthes afirma lo siguiente:

"Sabemos que para devolverle su porvenir a la escritura hay que darle la vuelta al mito: el 
nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor.

Y así fue como un buen día, Roland Barthes tuvo a bien matar al autorPero como suele ocurrir en estos casos, Barthes no actuó solo. Michel Foucault y Jacques Derrida también fueron responsables de esta crisis de la autoría. De hecho, Focault (1983), bajo el título ¿Qué es un autor?, desarrolló en una de sus conferencias para la Sociedad Francesa de Filosofía la necesidad de despojar al autor de su rol de artífice y la complejidad de su función. Así, Foucault advirtió que la cuestión de la autoría no siempre ha sido importante,  de hecho en la Edad Media el anonimato era habitual en la mayor parte de los textos, y es que, hasta la aparición del capitalismo y el consiguiente auge de la burguesía, no hay una exaltación de la propiedad y por tanto no tienen cabida conceptos como los derechos de autor o la propiedad intelectual. 

Quizás el auge de Internet contribuya a enterrar de nuevo estos conceptos y a poner al autor en su sitio. Aunque como veremos más adelante, no basta con darle protagonismo al lector. La cuestión es qué tipo de lector queremos ser, qué tipo de lector queremos que nos lea. 

Gun 1. New York 1955. William Klein
*Podéis leer La muerte del autor en PDF aquí: